“Hay que inventar la vida porque acaba siendo
verdad…”
Lo dijo la que fue nuestra escritora y
académica Ana María Matutes. La vida acaba siendo verdad en tanto y cuanto es
lo que nosotros y otros hemos y han conseguido que sea. Desde este punto de
partida constatamos que en esa capacidad inventiva de la vida hay una necesidad
de manejar con prudencia una verdad subjetiva y otra objetiva. La verdad de
cada uno es la subjetiva, aquella que tiene esa carga de yo inherente a uno
mismo; sin embargo la que trasciende al propio yo y que goza de alteridad es
por tanto la verdad objetiva. La verdad está hecha por el inevitable devenir
vital propio y de los demás que requiere de un trabajo de forja de la
honestidad y de la buena fe sobre hechos ciertos. El proceso para inventar la
vida es una obra de construcción inteligente que requiere saber y pericia, y
que se nos presenta como algo imprescindible para dar calidad a nuestro ser
individual y colectivo. Un arte.
Para esta columna es importante la verdad
objetiva, la que trasciende y se encuentra instalada sin lugar a dudas en
nuestra existencia con credibilidad, legitimidad y aceptabilidad. La verdad se
busca, se encuentra y se fábrica. Es cierto que se buscan verdades hechas y de
fácil y conveniente consumo que no nos obliguen a pensar, no olvidemos el
aserto: “Fere libenter homines, id quod volunt, credunt”; palabras que nos informan de que la gente somos proclives a creer de buena gana lo
que nos conviene; pero no lo es menos que en ocasiones la verdad se
encuentra sin buscarla de forma cruda e inapelable, encuentro que es consecuencia
de muchas circunstancias o de una falta de atención a lo importante o de estar
sujetando lo inaguantable, es decir, no queriendo ver o darnos cuenta de lo que
está pasando; pero la verdad también se fabrica, ¿Cómo se fabrica una verdad? Aquí está un
proceso donde la materia prima de la verdad es una afirmación que corresponde
con los hechos que afirma. Palabra y hecho se muestran como elementos
imprescindibles dentro de una relación simbiótica. La herramienta de la
comunicación con la palabra dicha o escrita nos permite esa construcción y
consumo de la verdad con y desde hechos ciertos. Para edificarnos necesitamos
la certeza como cualidad que nos categorice como individuo o grupo. El existencialismo
de Sartre nos ilustra que “Un hombre no es otra cosas que lo que hace
de sí mismo” si su verdad es una construcción cierta y constatable, no
prestada ni obtenida de rentas que otros le consiguieron es en sí misma
objetivable y transcendente, y por ello contiene legitimación y aceptabilidad. Se
trata de trabajar el alma antes que las manos, de edificar valores para luego sostener
ideas que traduzcan comportamientos éticos que nos permitan hechos coherentes. Perifrástico
pero cierto.
Llegado hasta aquí hay que hablar de la
vertiente negativa, aquella que en ocasiones se intenta (no siempre se consigue
gracias a Dios) construir una mentira con apariencia de verdad, irrumpe la
falacia que abre la brecha existencialista entre los hechos ciertos o
escondidos que difieren de las palabras que los afirman, y se hace
torticeramente para lograr una exquisita y perfecta mentira que edifique unos concretos intereses. ¿Cómo elaboramos esa falacia? La respuesta es clara y
tajante, con una mala materia prima que intenta hacerse pasar por excelente a
través de un proceso de elaboración que explica lo que no es cierto con
apariencia de verdad. Las circunstancias intersticiadas en el ser propio de la
falacia operan en una unidad de acción requiriendo un aumento exponencial de la
ruindad, y desde aquí no se inventa la vida, se engaña a la vida.
Para inventar la vida hay que hacerlo con la
materia prima que supone las verdades inmutables interiorizadas como propias,
huyendo de las maquinaciones que se
agarran a intereses espurios. Desde la bondad de la materia prima si se puede
inventar la vida. La vida en ese proceso creativo a través de la verdad se nos
presenta como un resultado óptimo por verificable. Una perfecta innovación de
nosotros mismos y de los demás.
Suele pasar que a veces nos encontramos con malos
levantadores de falacias, a los que como al salmón conviene dar sedal antes de
sacarlo del agua, sobre todo para no romper la caña de la certeza, y esto es
así por la virulencia de su empecinamiento en sostener ignorancias hechas y
gastadas a medida. Atender a ese resultado negativo y no deseado que supone la mentira
exige un esfuerzo permanente sobre la obra, con vigilancia constante y un
cuidado exquisito en los detalles, de esta manera logramos una resilencia como
personas o grupo a las situaciones adversas que conlleva la falsedad. En el
importante momento de la elaboración de las verdades colectivas e
individuales se requiere un sólido
bagaje de valores y de generosidades imprescindibles para evitar el error que arrastra
la ignorancia.
Ahora sean ustedes quienes se inventen desde
su verdad y todas las verdades. Sitúense…
Buenos días y buena suerte…